domingo, 1 de agosto de 2010

Algunas lecciones del Apóstol Pablo



Imagen cortesía de: http://www.the-reality-check.com/

Dr. Edwin Francisco Herrera Paz







La felicidad como un estado mental interno

Dice el Apóstol Pablo a la iglesia de Filipo (Filipenses 4:7): “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo
Jesús”.

Continúa el Apóstol Pablo en Filipenses 4:11-13: "No lo digo porque yo esté necesitado, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé lo que es vivir en la pobreza, y también lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a hacer frente a cualquier situación, lo mismo a estar satisfecho que a tener hambre, a tener de sobra que a no tener nada.  A todo puedo hacerle frente, gracias a Cristo que me fortalece”.

Las palabras del Apóstol Pablo no son triviales. Nos llevamos la vida entera en búsqueda de satisfacciones de todo tipo: económicas, personales, o emocionales, solo para darnos cuenta de que el llegar a la meta propuesta nos produce únicamente una satisfacción pasajera, momentánea. Y es entonces que vamos por más. Después de cada triunfo volvemos a un estado basal de necesidad. Amasamos millones, para darnos cuenta de que algo nos falta; que queremos más. Tenemos un carro del año, una bonita casa, pero entonces sentimos la necesidad de adquirir un pequeño jet. Obtenemos éxitos laborales, somos famosos escritores pero ahora deseamos el premio Nobel de literatura.

¿Está mal ser ambiciosos? De ninguna manera. El progreso de los pueblos se ha forjado cuando los ciudadanos van en busca de más. Lo que debemos entender es que la búsqueda de más no conduce a la felicidad. La mente rápidamente se adapta a nuevos ambientes, deseamos revivir las glorias pasadas, y entonces el triunfo se convierte en una especie de droga. Es por eso que hay que desconfiar del éxito excesivo y saber que pasará, y que al pasar debemos aprender a estar tan felices y contentos como cuando lo teníamos.

Alguien dijo que el éxito y el fracaso son malos consejeros. La euforia producida por el éxito nos embriaga, nos apresa y nos esclaviza. El desánimo producido por el fracaso nos debilita moralmente, dejándonos una sensación de minusvalía. Por lo tanto no debemos condicionar nuestra felicidad a un estado externo pasajero. En cambio, debemos entender, como lo dijo el Apóstol, que el contentamiento es un estado interno, independiente de los ambientes que nos rodean; un estado de aceptación y agradecimiento permanente con el Creador.

Desde luego que es sencillo decirlo, pero “del dicho al hecho hay mucho trecho”. Para poder conseguir ese estado mental de contentamiento es necesario comprender que somos criaturas finitas en este mundo terrenal, tanto en tiempo como en espacio. Somos partículas invisibles en un mar enorme de galaxias. Nuestro tiempo de vida es un suspiro, comparado con los más de trece mil millones de años de antigüedad del universo. Somos limitados. No podemos controlarlo todo. Hay muchos detalles que se nos escapan, y no siempre podemos dilucidar el verdadero propósito de Dios en nuestras vidas.

Y es en este estado mental de aceptación y humildad que entregamos nuestras cargas al Hacedor, y es cuando comprendemos que hay propósito, que hay teleología en el universo y en nuestras vidas, que no estamos aquí por simple casualidad o azar, y que el plan de Dios siempre se cumplirá, no importa lo que hagamos, pensemos o creamos, y que cada átomo del universo tomará su rumbo en el instante que debe ser. Al respecto un amigo que es físico de partículas me dijo una vez: “Dios no colapsa la función de onda”, refiriéndose a la indeterminación cuántica. Yo le dije que a mi parecer ocurre todo lo contrario: Dios utiliza la incertidumbre cuántica para dirigir los destinos del universo casi subrepticiamente.

El bien triunfa sobre el mal

¿Pero cómo saber que nuestras actuaciones se encuentran enmarcadas en el propósito de Dios en nuestras vidas? Bien, sean nuestras actuaciones buenas o malas,  estarán siempre comprendidas dentro del plan de Dios, pero está en nosotros decidir en qué bando estamos: en el de los constructores o los destructores. Los constructores construyen puentes, relaciones, complejidad. Los destructores destruyen vidas y relaciones.

El Nuevo Testamento es un manual de construcción, son las normas a seguir para estar del lado de la luz y la verdad, para construir relaciones que contrarresten la destrucción del género humano como especie, y nos permita al fin, algún día, triunfar sobre el mundo y sus elementos y finalmente tomar la riendas sobre el control del caos universal y la muerte térmica, y eventualmente, como en el ensayo de Asimov, construir universos.

Si los seres humanos hemos sobrevivido hasta el momento es porque han predominado en nosotros estas fuerzas del bien sobre las de destrucción. No pocas veces ha estado la raza humana a punto de perecer. Todos los seres humanos procedemos de una pequeña población al borde de la extinción que habitó África hace unos cuantos cientos de miles de años y que probablemente sobrevivió gracias a la cooperación y al trabajo en equipo, y en la historia reciente nos hemos visto amenazados por epidemias, hambrunas, y por el peligro de la autodestrucción con armas nucleares, flagelo que aun pende sobre nuestras cabezas como espada de Damocles.  

Lo anterior me hace pensar: ¿No será la espiritualidad humana un factor que ha condicionado nuestra evolución y no simplemente un sub producto del intelecto? ¿No será que los seres humanos espirituales son más proclives a sobrevivir en ambientes hostiles y heredan con mayor probabilidad sus genes de espiritualidad a su descendencia? Es una posibilidad muy seria, y me complacería enormemente el hecho de que la espiritualidad fuera una característica evolutiva más, como cualquier otra característica que hace de los humanos lo que somos. Los seres humanos espirituales tendrían una mayor probabilidad de sobrevivir no solo gracias a la proclividad a la cooperación y al altruismo, sino también al hecho de que mueven la mano de Dios en el sentido positivo de crear complejidad y supervivencia.

Bien lo dijo el Apóstol Pablo en Romanos 8:28: “Sabemos,  además,  que a los que aman a Dios,  todas las cosas los ayudan a bien,  esto es,  a los que conforme a su propósito son llamados”. Por eso, lo exhorto a construir, pero a que no base su felicidad en el proceso; a edificar, pero no afanosamente; y a que a pesar de todo, busque con ahínco los caminos de Dios. 

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